Dans ce recueil de 13 nouvelles, la jeune autrice mexicaine frappe fort mais juste
-Caballero, ¿quiere hacer el favor de decirme si estoy en Plumfield?... - preguntó un muchacho andrajoso, dirigiéndose al senor que habia abierto la gran puerta de la casa ante la cual se detuvo el ómnibus que condujo al nino. -Si, amiguito; ¿de parte de quién vienes? -De parte de Laurence. Traigo una carta para la senora. El caballero hablaba afectuosa y alegremente; el muchacho, mas animado, se dispuso a entrar. A través de la finisima lluvia primaveral que caia sobre el césped y sobre los arboles cuajados de retonos, Nathaniel contempló un edificio amplio y cuadrado, de aspecto hospitalario, con vetusto pórtico, anchurosa escalera y grandes ventanas iluminadas. Ni persianas ni cortinas velaban las luces; antes de penetrar en el interior, Nathaniel vio muchas minúsculas sombras danzando sobre los muros, oyó un zumbido de voces juveniles y pensó, tristemente, en que seria dificil que quisieran aceptar, en aquella magnifica casa, a un huésped pobre, harapiento y sin hogar como él. -Por lo menos, veré a la senora - se dijo, haciendo sonar timidamente la gran cabeza de grifo que servia de llamador. Una sirvienta carirredonda y coloradota abrió sonriendo y tomó la carta que el pequenuelo silenciosamente le ofreció. Parecia acostumbrada a recibir ninos extranos: hizo que tomase asiento en el vestibulo y se alejó, diciendo:
-Espera un poco, y sacúdete el agua que traes encima.
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