Dans ce recueil de 13 nouvelles, la jeune autrice mexicaine frappe fort mais juste
Perpleja estaba aquella manana Pepita Ordónez sentada en su tocador, con dos cartas, una en cada mano. Dejolas al fin sobre un acerico erizado de alfileres, y, apoyando ambos codos entre la multitud de cachivaches que ocupaban la mesa de un Pompadour algo turquesco, fijó esa mirada sin vista conque la juventud contempla las ilusiones, en la luna del espejo. Alli se reflejaba su carita de muneca de china, coronada por dos papillotes que levantaban sobre su frente sus cuatro puntitas de papel, como otros tantos erguidos cuernecitos.
Indudable era que Pepita Ordónez sonaba despierta, paseandose por los floridos jardines que habia hecho brotar en su imaginación alguna de aquellas cartas. Era ésta un billetito triangular, de un rojo subidisimo, margenes negros, letra de mujer en el sobrescrito, de rasgos firmes y elegantes, y un diablito negro por sello, muy primoroso, montado en un velocipedo.
No por esto olia a azufre: apestaba a oppoponax, esencia entonces muy en boga, y bien merecia por todo su aspecto contener la cita de alguna cocotte en el kiosco de Saint-James. Nada de esto contenia sin embargo: las honradas damas espanolas acogen con tanto afan las chucherias venidas de Francia, que no se cuidan de inquirir el mayor o menor decoro de su procedencia.
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